EL TRASTORNO MENTAL O LA FRÁGIL LINEA ENTRE EL SER Y EL ESTAR

María era una niña tímida. Su madre siempre decía de ella que era muy prudente y que observaba mucho antes de atreverse a relacionarse con un niño o niña nueva o hacer las cosas sola. Esta prudencia ya le gustaba a la madre que era muy miedosa y siempre advertía a María, una y otra vez, de todos los peligros existentes por poco probables que fueran.

Así que María se sentía cada vez más insegura ante situaciones o personas desconocidas. ¡Y había tantos peligros!

A medida que María iba creciendo también crecían sus dificultades. La vida se complicaba y ya no podía eludir “los peligros”. Además los tenía que enfrentar sola, sin nadie que la protegiera. Lo que más le aterrorizaba eran las exposiciones orales. Desde el momento que fijaban la fecha era una cuenta atrás llena de pesadillas y taquicardias. Por suerte su madre si la veía muy angustiada le hacía un justificante en el que decía que estaba enferma y eso le permitía cambiar el trabajo oral por uno escrito.

También empezaba a tener problemas con las amigas. Ellas querían salir, hacer cosas nuevas y María se sentía muy incómoda en grupos grandes. ¿Por qué no podían ir al cine las tres solas como siempre? ¿Por qué necesitaban conocer más gente? Poco a poco, María fue reduciendo sus salidas con diferentes excusas. No quería decir la verdad porque no quería que se enfadaran.

El mundo de María empequeñecía día a día. Cuando llegó a la universidad se dedicaba a ir a clase y ocasionalmente asistía a alguna conferencia de ciencia a la que su hermano se avenía a acompañarla. Había dejado el tenis unos años atrás. En cuanto comenzó a competir.

Y los chicos. Bueno, los chicos era un tema que le angustiaba. Ya era mayor de edad y según pasaba el tiempo su inexperiencia le producía más vergüenza. Sentía que la distancia entre los chicos y ella era demasiado grande para ser interesante para nadie. Así que las pocas veces que alguno se le acercaba María se ponía roja y quedaba callada sin ser capaz de aceptar ninguna invitación a salir.

María estaba triste. Ya ni tan solo se sentía segura en su pequeño mundo. Sólo tenía ganas de llorar mientras veía a la gente divertirse afuera, en ese espacio externo al que ella no se atrevía a salir.

El trastorno mental es un proceso en el que la persona desarrolla conductas y pensamientos que consiguen una mejora momentánea en sus emociones pero que, al mismo tiempo, conserva y aumenta el malestar y los problemas asociados a largo plazo.

Pongamos el caso de María.

De niña las situaciones nuevas le producían inseguridad. No malestar ni ansiedad. Inseguridad. Una emoción que un niño o niña con un buen apoyo puede afrontar perfectamente. Pero la madre le anticipaba el peligro y reforzaba que la niña no se atreviera a explorar este nuevo espacio. Cuando la niña recibía el mensaje de que era mejor no explorar eso que le hacía sentir insegura sentía un gran alivio y aprendía que evitar lo desconocido era una buena estrategia.

Cuando la madre de María ya no tiene a su alcance “proteger” a su hija, María se encuentra con dos graves problemas. No tiene herramientas para afrontar situaciones novedosas y esta carencia de aprendizaje le hace identificar la sensación normal de incertidumbre con miedo y ansiedad. Una ansiedad cada vez más intensa y más frecuente que ya aparece, incluso, ante el más pequeño imprevisto.

La ansiedad, entonces, ocupa una parte importante de la vida de María y, sobre todo, de sus pensamientos. Los pensamientos de María han cambiado. Son inflexibles, por mucho que la evidencia muestre una realidad diferente María no es capaz de modificarlos. Y, sobre todo, son intrusivos. Siempre están. Repitiendo consignas que le obligan a estar preocupada y en alerta. Pensamientos incontrolables.

Y ya lo tenemos. Pensamientos que incrementan la ansiedad y una ansiedad que da fuerza a los pensamientos. Y como resultado una disminución o inexistencia de actividades y relaciones placenteras. El trastorno está servido.

En este momento nos preguntamos si el trastorno no es parte de la personalidad (el ser). La respuesta es no. La personalidad influye en el comportamiento y forma de pensar (el estar) y el trastorno es, simplificando, la consecuencia de la interacción entre ambos. El objetivo de la terapia psicológica es cambiar lo que es modificable (conducta y pensamiento) para conseguir un resultado diferente, es decir, que ya no haya trastorno.