LA CRISIS DE LOS CUARENTA

Cuando somos jóvenes no sabemos qué nos deparará el futuro pero sí que tenemos unas expectativas sobre qué nos gustaría conseguir en la vida. Para la mayoría de las personas la década de los cuarenta es el momento de hacer balance. Hemos pasado el ecuador de la vida y nos planteamos si estamos donde queremos estar, si nuestro proyecto vital es el que realmente deseamos y si podemos recuperar algún sueño que un buen día quedó en un cajón.

Este balance será positivo si consideramos que hemos alcanzado las metas previstas u otras equivalentes y comenzaremos la nueva etapa satisfechos y, posiblemente, priorizando aspectos de nuestra vida más personales. ¿Es una crisis? No siempre. Pero seguro que hay un replanteamiento de prioridades. Nos queda la mitad de la vida, con suerte, y ahora queremos aprovecharla porque no sabemos cuándo será la última vez que podamos realizar una actividad o un deseo. Si siempre he querido tocar el violín o lo hago ahora o no tendrá mucho sentido hacerlo más adelante cuando mis capacidades cognitivas (la atención, la memoria) y físicas (vista, flexibilidad muscular) vayan disminuyendo.

Cuando el balance es negativo se une a la perspectiva del declive físico la sensación de fracaso personal. No hemos recorrido el camino programado y, lo que es peor, posiblemente ya no estamos a tiempo para conseguirlo. Vivimos esa situación como una pérdida y aparecen las emociones típicas del duelo. Sentimos tristeza por los sueños perdidos. Sentimos rabia hacia nosotros por no haber tomado buenas decisiones o no haber estado a la altura. Esa rabia puede estar dirigida hacia otros porque los consideramos responsables de nuestro fracaso. Sentimos miedo si la pérdida de objetivos nos pone en una situación de vulnerabilidad futura que difícilmente podremos ya corregir (no poder cotizar suficientes años para conseguir una pensión por ejemplo).

La parte más difícil es la aceptación. Las emociones pueden ser muy intensas y llegar a paralizarnos, hacernos mirar constantemente al pasado y no ser capaz de otra cosa que no sea lamernos las heridas. Por ello el proceso de aceptación es sumamente importante. En unos casos tendremos que perdonarnos, si es que en algún momento nos equivocamos (la autocompasión se ha mostrado en los estudios científicos como un mecanismo protector frente a la depresión). En otros casos deberemos pasar de la victimización a la superación. Puede que hayamos sido los afectados de decisiones o conductas de terceros (una pareja que nos amargó la vida, un estafador, un jefe que impidió nuestra promoción, un médico que erró en un diagnóstico). Todas ellas han sido situaciones muy duras que en un momento dado torcieron la senda de nuestro camino. Es normal sentir rabia ante ellas. Pero la rabia, cuando no puede ser dirigida hacia el objeto que la produjo se vuelve contra nosotros influyendo equivocadamente en nuestras decisiones. Por ello, en este momento de crisis, ser capaz de pasar página es el primer paso para afrontar la segunda parte de la vida con mejores perspectivas.

Una vez asumida la pérdida es el momento de remontar, aprovechar los recursos adquiridos, reajustar las expectativas. En definitiva, definir un nuevo proyecto vital realista y, en lo que se pueda, motivador. “Vale, no voy a tener hijos. Dispongo de todo mi tiempo libre y ciertos recursos económicos. ¿A qué quiero dedicarlos? ¿Me apetece viajar? ¿Montar una asociación de carácter social?” “Ya no estoy en la carrera por llegar a los puestos de liderazgo de la empresa. Puedo comenzar a focalizar mis objetivos en el ámbito personal y dedicar menos tiempo a la empresa o bien dentro de la empresa puedo luchar por mejorar las condiciones laborales”.

Hemos pasado una crisis. Importante. Dolorosa. Saldremos reforzados si la aprovechamos para definir nuevos objetivos. No objetivos cualquiera. Objetivos que nos movilicen, que nos motiven. Tenemos más de 40 años. Nos conocemos mejor que hace 25 cuando comenzábamos con muchas dudas a elegir lo que querríamos ser en la vida. Sabemos lo que nos gusta y lo que es importante para nosotros. Es el momento de escucharnos y, esta vez, sin la influencia de la presión social, decidir “qué queremos ser de mayores”. Movernos para y por nuestros valores personales.

¿Se necesita un psicólogo para afrontar esta crisis? No siempre. Pero sería aconsejable en dos casos:

-si no somos capaces de reconducir las emociones iniciales del duelo. Si no puedo perdonarme por mis malas decisiones, si a cada paso que doy se me aparece la figura de la persona que tanto daño me hizo… En los casos más dolorosos, sobre todo aquellos que atañen a cuestiones íntimas (años perdidos por la convivencia con un maltratador, renunciar a la maternidad, abandonar la idea de dedicarme a aquello que he estudiado) resulta complicado encontrar las claves que puedan ayudarme a aceptar y seguir adelante.

-si sospechamos que estamos cayendo en una depresión. Lo podemos intuir si durante varios días nos llegan pensamientos de pérdida a la cabeza y nos hacen llorar, si pensamos más de lo normal en la muerte (especialmente si se nos pasa por la cabeza la idea del suicidio), si sentimos que no valemos nada y que el futuro no tiene sentido.

En conclusión, los cuarenta es una etapa de transición en la que la sensación de que “ahora o nunca” nos hace replantarnos toda nuestra existencia. Reorganizar de forma consciente nuestro proyecto vital nos ayudará a salir reforzados de ella.

NOTA: cuando hablo de aceptación no estoy diciendo que si se comete un delito contra nosotros pasemos página sin hacer nada. Hablo de aceptación de una situación pasada. Si he sido víctima de un acoso laboral que me hizo perder el trabajo y la oportunidad de una carrera laboral exitosa lo adecuado es denunciarlo y actuar judicialmente. Pero cuando este tema se ha cerrado y la empresa o tribunales ha tomado una decisión, cuando ya no podamos hacer nada sobre él, lo aconsejable entonces es aceptar y mirar hacia delante.