LA AGRESIVIDAD ENCUBIERTA

Ocasionalmente llegan a la consulta pacientes que se sienten sobrepasados en la relación con una persona significativa en su vida. En ocasiones es el marido, en otros es el jefe o una compañera de trabajo. Se sienten invadidos, atacados, cuestionados y vulnerables. Sin embargo explican avergonzados que en realidad la otra persona no tiene malos modos, no es violenta ni agresiva. Simplemente se ha apropiado de su espacio y no saben cómo recuperarlo. Muchos de estos y estas pacientes tienen buenas habilidades de comunicación y manifiestan que nunca habían vivido una situación semejante con otras personas.

Refieren síntomas de ansiedad y depresión y en los casos más graves presentan indefensión aprendida (la sensación de que no pueden hacer nada para cambiar el estado de las cosas). Todos coinciden en un aspecto. Se culpan a sí mismos de no saber gestionar esta situación. Su sufrimiento, por tanto, es doble y su autoestima se arrastra por los suelos. No entienden por qué no son capaces de responder a esa situación si, en realidad, la otra persona “no les está haciendo nada”.

Cuando dicen que no les está haciendo nada lo que quieren decir es que en ningún momento les ha amenazado con atacarlos, sin entender que la conducta de esas personas es ya una agresión. Y no lo entienden así porque, como en todo, las palabras son importantes y en lugar de decir de alguien que es agresivo decimos que “tiene carácter”. Y, en nuestra sociedad, tener carácter es una cualidad positiva.

Identificamos la agresividad con la violencia pero la agresividad puede expresarse de muchas maneras no violentas; ironía, ignorar al otro, castigar sus comentarios con respuestas hirientes o cortantes, invalidar, usar palabras malsonantes, alzar el volumen o el tono de la voz, tratamientos peyorativos, miradas directas, invasión del espacio físico…

Si el comportamiento agresivo tiene éxito la persona obtiene varios beneficios: reconocimiento social (ha quedado como un valiente), defensa del espacio personal (se siente más seguro de sí mismo) y mayor posibilidad de conseguir lo que se proponía (refuerzo inmediato). Es fácil, por tanto, que una persona que utiliza la agresividad para conseguir sus propósitos lo haga de manera habitual, ya que le resulta muy útil.

Las personas que se comportan de manera agresiva no siempre son conscientes de los graves efectos que tienen sus acciones sobre los demás. Puede que ni siquiera se reconozcan como personas agresivas porque para ellos, como para muchas otras personas, la agresividad solo es violencia física.

Y mientras la persona agresiva se va sintiendo cada vez más segura, la persona que recibe su agresividad aprende que tiene las de perder y que mejor no entrar en una escalada en la que seguro saldrá peor parado.

Entonces, ¿qué puede hacer esa persona que llegó a consulta afectada por una relación abusiva?

-Afrontar: el afrontamiento es superar un problema solucionando su causa. En los casos más sutiles se puede intentar explicar al abusador cómo nos hace sentir su comportamiento (intentando con ello movilizar su empatía. Si le importamos puede que consigamos algún cambio). Si no reacciona a ello o la situación es más grave, el objetivo sería encontrar una amenaza mayor para el sujeto agresivo que “detenga” su comportamiento por miedo a las consecuencias.

-Aceptar: la aceptación es ser conscientes de que no podemos cambiar la causa del problema y tomamos la decisión que nos aporte menos dificultades o más beneficios. Por ejemplo, dejar la relación, marchar a otra empresa, evitar el contacto,…

La opción de responder con más agresividad es complicada. Si la agresividad no nos sale, si es una conducta en la que no nos sentimos cómodos o que, incluso, valoramos de manera negativa (afortunadamente en la sociedad somos bastantes quienes denostamos la agresividad como medio para relacionarnos con los demás) será difícil que seamos capaces de mostrar suficiente agresividad como para competir (y ganar) a la suya.

Parece entonces que la agresividad tiene todas las de ganar y que estamos condenados a dejar a nuestra descendencia un mundo injusto donde gobiernen los fuertes. No tiene porqué ser así. No si actuamos como sociedad. Si entre todos castigamos los comportamientos agresivos y les damos un valor negativo. Si solo aceptamos la agresividad cuando la persona defiende su integridad física. Si, como grupo, respaldamos al agredido. Si conseguimos que sienta vergüenza el agresor y no su víctima.