EL BULLYING NO ES COSA DE NIÑOS

Que algo se haya hecho de siempre no significa que esté bien hecho. Que los niños hayan aprovechado a lo largo del tiempo una superioridad física y madurativa para hacer daño al más débil del grupo no significa que sea “natural”.

Muchas veces se focaliza la responsabilidad en la víctima. “Si te enfrentaras a él no te volvería a pasar” “Devuélvesela y ya verás como la próxima se lo piensa”. El problema es que el niño o niña que es víctima no lo es por casualidad. Lo es porque tiene un temperamento que le dificulta los comportamientos agresivos.

Es como si a un niño diabético le decimos “piensa fuerte y haz que tu páncreas haga insulina”. ¿Verdad que no? Pues un cerebro que tiene un sistema que maximiza la ansiedad cuando se siente acosado no facilita que se responda con firmeza a una conducta agresiva. Simplemente estos niños y niñas no pueden hacer otra cosa que la que hacen. Protegerse hasta que pase la tormenta.

El acoso escolar se basa en la desigualdad y la víctima no tiene la capacidad de cambiar la situación. Cuando se detecta un caso se debe actuar, adultos y menores. Sin minimizarlo. Porque es más fácil resolver el problema cuando acaba de empezar que cuando está instaurado. Y porque si el agresor gana perdemos todos.

La víctima

Todo el mundo tiene un temperamento que le da fortalezas en unos aspectos y vulnerabilidades en otros. Las víctimas de bullying suelen estar en dos tipologías. Las más conocidas son los niños y niñas inhibidos y tímidos que tienen poco apoyo social. Sin embargo, tenemos un segundo grupo que es victimizado dos veces. Son niños muy impulsivos que tienen un comportamiento disruptivo y, en ocasiones, extravagante que además son acusados por parte de sus referentes de ser los culpables del problema.

Todos ellos son niños y niñas que viven la escuela con mucha ansiedad y como consecuencia tienen dificultades para desarrollar las habilidades sociales que tanto necesitan, bajan el nivel académico y pueden sufrir trastornos emocionales que continúen afectándoles en la etapa adulta.

El agresor

El agresor suele ser un niño (aunque se va incrementando el número de niñas) con baja autoestima que encuentra un gran bienestar en la sensación de poder que le da el acoso. De repente, él, que no tiene un gran concepto de sí mismo, ha encontrado un medio por el que se muestra superior ante su grupo social. Y no hay castigo que pueda emplear el profesor que se equipare a la emoción del poder.

Este aprendizaje es peligroso porque este niño o niña se ha dado cuenta de que ante una frustración agredir física o verbalmente le hace sentir bien y será un esquema que mantenga durante toda su vida.

Los cómplices necesarios

El acoso escolar no existiría si una parte del grupo no aplaudiera y observara divertidos y la otra no se mantuviera en silencio. Estos dos grupos refuerzan el comportamiento agresor.

Y aquí también encontramos un aprendizaje preocupante. La racionalización que un niño o niña hace es “si yo he permitido que esto pasara y, o no he hecho nada, o, incluso, me he divertido no puede ser que sea tan grave, porque yo no soy malo”. Por lo tanto el nivel de violencia tolerada será más alto y asumirán patrones agresivos como comportamientos normales.

Para reconducir estas situaciones debemos tener un compromiso total como sociedad contra el acoso escolar, donde escuela, madres y padres y, cuando sea necesario, servicios sociales, trabajemos conjuntamente.