LA RUMIACIÓN PARA LAS VACAS

¿Cuántas veces te ha pasado que has comenzado a darle vueltas y más vueltas a una idea negativa en la cabeza sin llegar a ninguna parte? Lo único que has conseguido es acabar más triste o preocupada o desconfiando de las intenciones de las personas que te rodean. A esto, en psicología, lo llamamos rumiar. Pensar sobre una idea de manera desorganizada, generando con ello más pensamientos negativos.

Sabemos que los pensamientos y las emociones están conectados. Que cuando pensamos en un hecho (aunque sea imaginario) que te genera tristeza, evoca tristeza dentro de tu cerebro. Y cuando digo evoca me refiero a que en tu cerebro se ponen en marcha todos los cambios neuroquímicos asociados a la tristeza, en especial la reducción de los niveles de serotonina.

Si es un pensamiento ocasional el efecto es apenas perceptible porque los cambios químicos son lentos (nada que ver con el disparo de la ansiedad ante un suceso imprevisto, regulada por el sistema nervioso que en segundos nos saca el corazón por la boca). Pero si acostumbramos a darle vueltas a las cosas, esto es, a rumiar los pensamientos, estamos logrando dos efectos negativos:

1) una alteración suficientemente efectiva de nuestros neurotransmisores que puede convertirse en la antesala de una bonita depresión o trastorno de ansiedad

2) todo lo que pensamos se hace más accesible para ser recordado de nuevo, así que, si pensamos mucho en nuestros problemas en el trabajo es más fácil que cuando no prestemos atención a algo concreto nuestra mente recupere nuestras dificultades laborales.

La rumiación es una de las estrategias del cerebro para manejar la emoción. Lo cierto es que es una estrategia negativa, no nos ayuda en nada pero cuando forma parte de nuestra manera de afrontar la vida resulta complicado no caer en ella.

¿Por qué rumiamos entonces? Cuando algo nos importa mucho el cerebro lo guarda a mano. Como cuando ponemos un enlace a un archivo en el escritorio del ordenador para que nos resulte fácil localizarlo. El cerebro lo hace así porque se supone que si el tema es importante habrá que darle una solución y no nos podemos arriesgar a que caiga en el olvido (es verdad, luego se nos pasa sacar del congelador la carne para la cena que también es algo importante, pero es que el sistema está lejos de ser perfecto).

Digamos que la cosa va así. Te ha llegado un requerimiento de Hacienda (estoy segura que podemos clasificarlo como un evento casi traumático). No paras de pensar en las posibles consecuencias, a todas horas, en cada minuto libre e incluso mientras trabajas. De hecho te cuesta mucho distraerte del dichoso requerimiento. El problema no son solo las distracciones que han hecho que pongas mal los datos en dos informes, lo peor es que te sientes mal. Tienes una inquietud en el pecho muy desagradable, hay momentos en los que un imaginario lazo aprieta tu cuello, tu estómago admite mal la comida y al meterte en la cama no has parado de dar vueltas y cuando has querido dormirte era casi la hora de la alarma del despertador.

Si lo analizamos bien, nada de lo que ha hecho tu cerebro te sirve para resolver tu entuerto con Hacienda (mi querida Hacienda, esa Hacienda mía, esa Hacienda nuestra). Solo ha servido para hacerte sentir mal, muy mal.

Y es que nuestro cerebro se fue conformando cuando los problemas eran sencillos e inmediatos. Huir de un fuego, luchar por una presa, defender una cría. Matar o morir. Correr o perder la vida. El cerebro que no era un agonías no sobrevivía. Era una época donde las criaturas tranquilas no llegaban a ver la luz del día siguiente.

La rumiación es la estrategia que desarrolló el cerebro cuando sus preocupaciones se mantenían más tiempo del que estaba acostumbrado y no ha sido realmente una de sus mejores creaciones, pero es lo que tenemos y es bueno que sepamos manejarlo.

¿Qué podemos hacer para que la rumiación no nos lleve a túneles oscuros? A mis pacientes siempre les digo lo siguiente: “Piensa para buscar una solución. Cuando la hayas encontrado deja de pensar y distráete en otra cosa”

Os estoy leyendo la mente. Esther, esto es mucho más fácil de decir que de hacer. Estoy de acuerdo. De hecho estoy escribiendo este artículo porque he tardado una semana en sacar un pensamiento que se me había incrustado en la cabeza. Que a mí estas cosas también me pasan.

Vamos por pasos.

-Pensar para buscar una solución: todo problema tiene una conclusión. Unas veces porque lo solucionamos (con mayor o menor coste) y otras veces porque no podemos solucionarlo y tenemos que aceptar las consecuencias (ya hablaré sobre este punto pormenorizadamente en otro artículo).

-Hemos tomado una decisión: nos puede gustar más o menos pero hemos llegado a una determinación sobre el problema que nos acucia. Pues nos atenemos a ella y no volvemos a dar más vueltas al asunto.

-Los pensamientos me acechan: mi cerebro sigue insistiendo en lo mismo. Normal. Igual le he dedicado días enteros a encontrar una solución, a hablar con mucha gente, a buscar información sobre el asunto. ¡Hay un montón de datos sueltos y novedosos a mano! Y, claro, a la que no estamos concentrados en algo mi cerebro los recupera.

-Pensar en otra cosa: lo sé. Es difícil. Pero es la única manera de ir “desactivando” el problema en nuestra memoria. Ha sido muy impactante y es como si lo tuviéramos subrayado con fosforescente amarillo. Solo hay una manera de hacerlo menos accesible y es no activándolo, no pensar en ello. Pero la alternativa no es dejar la mente en blanco sino distraernos con otra cosa. Hacer actividades que nos entretengan mucho, escuchar podcast, leer, hablar con amigas, jugar a la consola. Cualquier cosa en la que me sea relativamente fácil poner mi atención.

Parar la rumiación en nuestro cerebro es un aprendizaje costoso pero os animo encarecidamente a que lo intentéis. En personas sanas rumiar repetidamente, día tras día, puede ofreceros el empujoncito que necesitáis para caer en un trastorno (y me vienen a la cabeza particularmente la depresión y el trastorno de ansiedad generalizada que, de verdad, mejor no vivirlos) pero en personas que ya están atrapadas en un problema de salud mental, sabemos que la rumiación solo conseguirá agravarlo.

Y si sientes que has dejado de controlar tu mente, que aunque pongas todo tu esfuerzo vuelves una otra vez sobre el mismo tema y notas una pesadumbre y ansiedad constantes que se van intensificando con el tiempo puede que sea el momento de solicitar ayuda psicológica.