LOS EFECTOS COLATERALES DE LA PANDEMIA

Después de esos primeros momentos de la pandemia, en la primavera del 2020, la situación que estamos viviendo ahora parece privilegiada. Los colegios están abiertos, muchos hemos vuelto a una cierta normalidad en el trabajo y aunque con horarios restringidos, prácticamente todos los comercios están funcionando. Incluso convivimos con cierta cordialidad con las mascarillas y los hidrogeles.

Somos conscientes que hay personas que están viviendo una situación especialmente dramática. Me refiero a quien ha perdido su trabajo y/o sus ingresos, quien ha padecido la muerte de un familiar muy cercano o quien experimenta las desconocidas consecuencias del COVID a largo plazo. Estos efectos son claros y evidentes. Sin embargo, después de reivindicarlos como las indiscutibles víctimas de la pandemia, quiero poner la mirada en las otras repercusiones más sutiles y poco precisas del estado de las cosas.

Las medidas sanitarias, necesarias sin ninguna duda para evitar la propagación del contagio, han implicado cambios en nuestro día a día con consecuencias que pueden ser más importantes de lo que parece.

- Menor contacto con familiares y amigos: las videollamadas no suplen la interacción en persona, no solo porque nos falten los besos y abrazos sino porque la proximidad física permite otro tipo de comunicación más emocional que hace que ese encuentro sea mucho más gratificante que cuando nos conectamos por medio del teléfono móvil.

- Disminución de actividades: muchas personas se han visto privadas de actividades que realizaban fuera de casa y en un entorno colectivo. Gimnasios, clubs de lectura, pintura y un sin fin de ejemplos más. Aunque algunos de estos entretenimientos podían ser realizados dentro de casa lo cierto es que es difícil afrontar la reorganización mental que supone un cambio de hábitos en medio de un colapso mental como el que vivimos durante la pandemia. Pero, incluso en aquellos que han sido capaces de continuar con sus intereses, la pérdida de lo que implica salir de casa (cambio de ropa, estructura horaria, obligación) nos puede llevar a sentir que esa actividad, hecha de esa manera, ya no tenga sentido y nuestro vínculo con ella se vaya disolviendo poco a poco.

- Menor comunicación social: la mascarilla y la distancia de seguridad, además de las limitaciones de aforo, dificultan las pequeñas conversaciones que surgían de manera espontánea en nuestro entorno social. Esas bromas en la cola de la pescadería, los comentarios ocurrentes en la consulta del médico o la apostilla divertida mientras esperas la salida del colegio junto a otras madres y padres se ven dificultadas. No nos escuchamos bien (la mascarilla además de frenar las ondas sonoras nos elimina el apoyo visual del movimiento de los labios) y después de haber tenido que repetir tres veces un comentario desistimos de volverlo a hacer en otra ocasión, hasta que solo nos dirigimos a los demás para explicar algo “importante”.

- Incertidumbre: hemos aprendido que de un día para otro las cosas cambian. Nos cuesta hacer planes porque puede que, pese a nuestro esfuerzo, no podamos llevarlos a cabo. Y para muchas personas supone tener estancados proyectos que podrían ser fundamentales para su desarrollo laboral o personal.

Puede parecer una frivolidad quejarse de estas circunstancias cuando, como hemos comentado antes, tanta gente está viviendo una realidad dramática. Y de hecho es uno de los motivos que nos hace sentir aún peor “¿Cómo voy a quejarme con lo mal que lo están pasando ellos?”

Sin embargo, los efectos de esta “nueva normalidad” no son pequeños. La disminución de actividades y del contacto social afectan negativamente a nuestro estado de ánimo mientras que la incertidumbre incrementa la ansiedad. Además, todo ese tiempo que pasamos encerrados en casa sin hacer nada en concreto lo dedicamos a pensar en todas aquellas cosas que nos preocupan.

Este cóctel no es positivo para nadie pero, para aquellas personas sensibles a la ansiedad pero que se iban sosteniendo o las que tienen una vida con muchas cargas laborales o personales pero que esa salida del fin de semana o la clase de spinning de las siete de la tarde de recargaba las pilas, puede significar el paso a un trastorno de ansiedad o depresivo.

¿Cómo podemos afrontar de la mejor manera esta situación y reducir con ello las posibilidades de ver afectada la salud mental?

- Aceptar que no podemos evitar esta situación. Lamentarnos solo sirve para incrementar el malestar emocional.

- Adaptarnos y aprovechar todas las oportunidades seguras para establecer vínculos, realizar actividades placenteras y poner en marcha aquellos proyectos que tengamos en mente aunque no estemos seguras de que puedan acabarse por causa de los vaivenes de la pandemia.

- Intentar mantenernos ocupados para no dejar espacio a esas ideas a las que damos vueltas sin parar. Si te ves atrapada en un pensamiento negativo llama a una amiga, realiza una gestión pendiente, sal a hacer esa compra que habías dejado para más tarde (y lee mi entrada sobre Rumiación)

- Pensar que es una situación temporal, que cuando la vacuna esté suficientemente implantada podremos recuperar esa normalidad que tanto echamos en falta

Es muy importante que esta frustración que podemos sentir no se transforme en un trastorno. Si, pese a todo, llevas demasiados días triste, lloras sin poder evitarlo, te cuesta salir de casa, sientes a menudo una opresión en el pecho o has llegado a perder el control sin entender lo que te estaba pasando seguro que una visita a un profesional de la psicología puede ayudarte.