DUELO. DEJAR MARCHAR
El duelo es un camino en el que debemos aprender, paso a paso, a reorganizar nuestra vida sin la persona que hemos perdido. Cada uno camina a diferente ritmo porque el camino no es igual para todos. La velocidad no importa. Pero es fundamental avanzar.
El reto más difícil es acostumbrarnos a la ausencia del ser querido. Por ello tras la pérdida sentimos necesidad de tocar sus cosas, entrar en su habitación u oler su ropa. Es como si pudiéramos mantener un pedacito a nuestro lado, como si evitáramos que marche del todo.
Pero el duelo precisamente implica dejar marchar. Eliminar cualquier elemento que pueda hacernos pensar que esa persona aún está entre nosotros. Los armarios con su ropa tienen que ser vaciados; la silla del comedor debe ser utilizada por otras personas; su habitación ha de tener un nuevo uso.
La “limpieza” de objetos personales durante el duelo son momentos especialmente duros. Es la evidencia de que, efectivamente, esa persona ya no está. Y, paradójicamente, esa constatación, “Ya no está”, es la que nos permite avanzar tras la pérdida.
Cada cajón lleno de su ropa, cada sitio de la casa reservado para quien se fue, cada habitación sin uso es una imagen que refresca el dolor cada día y mantiene el recuerdo impidiendo que superemos el duelo. Cuando mantenemos estos objetos más tiempo del adecuado (o costumbres, como poner un plato en la mesa o preservar intocable un espacio de la casa) alimentamos nuestra aflicción y obligamos a que nuestra vida gire en torno a quien ya no está. Justo el objetivo contrario a un duelo sano.
Y llegará un día que, sin pretenderlo, consigas divertirte, olvidarte durante un día entero de que ya no está, o comprarte un vestido muy bonito y comenzarás a sentir ligeros momentos de felicidad. Y estos pequeños pasos, normales y deseables en un proceso de duelo, se convertirán en culpa cuando veas el armario, su silla o el escritorio con todas sus cosas.
Puede que llegue un momento en que te des cuenta de que no está bien. Que esa ropa ya sobra. Que convertir la habitación en un despacho facilitaría las videoconferencias de la pequeña de la casa. Puede que llegue el día en el que sientas que esa presencia pesa. Pero surgen dudas. ¿Estaría traicionando su memoria? ¿Cómo afronto una nueva despedida? La despedida definitiva. El último vínculo con la persona fallecida.
Es muy difícil elegir el día. ¿Por qué hoy? ¿Por qué no dejarlo para mañana? ¿Y cómo lo hago? Antes de que la psicología existiera el ser humano ya sabía que las ocasiones trascendentales se beneficiaban del rito. Ceremonias en las que cerramos un escenario y damos la bienvenida a otro.
Cuando se ha pasado la ocasión de la “limpieza”, que lo adecuado es realizarla en las siguientes semanas a la pérdida, debemos elegir una fecha. La fecha puede ser un día señalado, por ejemplo si tenemos cerca el aniversario del fallecimiento (no sería aconsejable “tapar” una fecha bonita, como un cumpleaños) pero también es perfectamente válido elegir un día cualquiera que nos venga bien. Y preparar la despedida.
Decide quien quieres que participe, si deseas decir unas palabras y, sobre todo, planificar bien qué vais a hacer durante la jornada (que espacios se han de reorganizar, cuál será la actividad de despedida) para que todos los aspectos que quedaron pendientes puedan ser cerrados.
No significa que al día siguiente la pena haya desaparecido. Pero ahora, cuando entres en casa, cuando vuelvas de una cena donde te lo pasaste bien, cuando te sientes a leer relajadamente un libro en el sitio que más te apetezca del salón no habrá nada que te recuerde que falta alguien. Y tu duelo podrá avanzar.
Porque una parte importante del duelo es permitir que la persona se marche definitivamente.
Y, como siempre digo, si tus emociones son demasiado intensas, si no te ves capaz de afrontar esta situación pese a que te reconoces en ella, pide ayuda profesional. Sabemos cómo ayudarte.