EL TEMPERAMENTO INFANTIL
“El grande es más prudente, pero es que el pequeño no tiene miedo a nada”, “María es muy sociable y su hermana todo lo contrario, no parecen de los mismos padres”. Cualquiera que tenga más de un hijo o hija expresa afirmaciones como éstas.
Del mismo modo que dos hermanos tienen diferencias físicas (uno tiene miopía y el otro no) también presentan diferencias comportamentales. Se llama temperamento. El temperamento es la tendencia innata a actuar de una manera determinada que, en la interacción con las experiencias personales y la educación recibida, acabará convirtiéndose en la personalidad adulta.
Por lo tanto, estas diferencias tienen una base neurológica muy fuerte, no hay una intencionalidad del menor en su comportamiento. Un niño buscador de sensaciones necesita de estímulos muy intensos para que su cerebro le avise de un peligro. Hasta ese momento está disfrutando mucho de las sensaciones que le proporciona subir a la rama más elevada del árbol. En cambio, un niño muy prudente no lo es por haber recibido una exquisita educación. Lo es porque sólo de pensar en subir al mismo árbol empieza a sentir taquicardia (resultado de que la señal de alarma del cerebro se ha encendido).
Un buscador de sensaciones sentado durante demasiado tiempo comenzará a sentir un terrible aburrimiento que a nivel cerebral se vive como el fumador al que le falta nicotina. Necesitará moverse para volver a un equilibrio interno.
El niño que no ve claro lo de subir al árbol vivirá con mucha ansiedad cualquier propuesta que implique riesgo. Y si le obligamos a enfrentarse a ello conseguiremos el efecto contrario al que se pretendía. En lugar de habituación lo que encontraremos es una ansiedad traumática que le dificulte la apertura a nuevas experiencias.
Entonces, ¿tenemos que dejar que el buscador de sensaciones caiga por la ventana y que el más inhibido no se mueva de las faldas de la madre? En absoluto. Debemos ayudar al primero a que tolere el aburrimiento y al segundo a explorar. Pero debemos adecuar nuestras expectativas a sus posibilidades.
Tendremos que asumir la inquietud de uno (el buscador de sensaciones) y permitirle una cierta capacidad de movimiento durante las actividades pasivas mientras que al otro (el prudente) le acompañaremos en las nuevas experiencias de tal manera que tenga afrontar un nivel de ansiedad tolerable para él. Los dos deben avanzar en este camino pero a una velocidad razonable. El paso del temperamento a la personalidad tarda casi 25 años. ¡Paciencia!
Intentar que un niño o niña con una tendencia innata determinada se comporte de una manera contraria requeriría una intervención tan aversiva que conllevaría consecuencias negativas en su desarrollo psíquico. Y, aunque consiguiéramos el cambio, lo que no es segura, este tampoco tendría mucho sentido ya que se perderían las cualidades positivas de los rasgos temperamentales que queremos eliminar.
Y es que sin buscadores de sensaciones no tendríamos policías de operaciones especiales, ni bomberos, ni cualquier otro profesional que arriesgue la vida en su trabajo. Ni podríamos admirar prácticas deportivas tan espectaculares como los saltos en trampolín. Asimismo el niño prudente se convertirá en un adulto que tolere bien las tareas monótonas y previsibles, que requieran de un orden exhaustivo y que son tan necesarias para que la sociedad funcione correctamente. Es decir, no hay rasgos idóneos o inadecuados. Cada rasgo tiene escenarios donde resulta más beneficioso que otros y es importante conocer bien cómo es la persona para elegir los espacios donde se encontrará mejor o saber cuáles son las habilidades que debe desarrollar para compensar un rasgo que le pone, ocasionalmente, en dificultades.
Muchos niños y niñas tienen algún rasgo de su temperamento que sobresale y que puede ser problemático. Estos niños o niñas no tienen un problema o un trastorno ni deben ir al psicólogo. Evitemos etiquetas. ¿Cómo ayudarles?
• Conoce bien a tu hijo o hija. Empatiza e intenta comprender porque hace lo que hace.
• No busques intencionalidad en su comportamiento innato. El comportamiento intencional, que es fruto del aprendizaje, es otra cosa mucho más fácil de solucionar si los referentes del menor se implican.
• Dale recursos para regular el comportamiento inadecuado y refuerza los pequeños cambios conseguidos. Si no sabes cómo, busca la ayuda de un psicólogo, pero siempre con la idea de que no existe un problema, sino que hablamos de pautas educativas.
• Ajustar las expectativas. No digas “durante este curso lo tendremos solucionado”. Será frustrante para todos.
• Sé consciente de los avances. Si una niña muy inhibida es capaz de animarse a estar un rato jugando sola en el parque es una mejora muy positiva.
• El temperamento se modula con la acción del córtex (el cerebro que “piensa”). A medida que el córtex va madurando el niño o niña tiene más herramientas para modular el temperamento. Teniendo en cuenta que el córtex no finaliza su maduración hasta los 18 años debemos esperar una mejora gradual hasta esta edad (después también son posibles los cambios pero los mecanismos son diferentes).
• El temperamento estará presente toda la vida. El objetivo es que un rasgo extremo no nos genere problemas e intentar aprovechar los beneficios que nos aporta ser como somos.