PORNOGRAFÍA, INTERNET Y MENORES. COCKTEL PELIGROSO

Internet es una herramienta que nos permite acceder a cualquier tipo de contenido de manera instantánea y gratuita. Uno de los materiales más consumidos es el sexual. Este fácil acceso tiene dos implicaciones importantes.

-La visualización de pornografía por parte de menores de edad, incluso cuando aún se encuentran en cursos de primaria

- El consumo fácil y continuado de pornografía induce la necesidad de incrementar la intensidad de las imágenes para obtener la excitación sexual deseada

Veamos qué consecuencias tienen estos dos hechos.

Cuando un menor accede a imágenes de sexo explícito carece de capacidad para contextualizar las escenas que está viendo por lo que es previsible que asuma que esas conductas son las esperables. Es decir, pueden aprender que la sexualidad es solo una suerte de ejercicios vigorosos en torno al placer de un hombre desprovisto de cualquier otro aspecto emocional.

Porque, dejando a un lado la edad, el problema de la pornografía no es el sexo explícito sino la asociación de la sexualidad con la conducta agresiva hacia la mujer. Asumiendo además, para más INRI, que es un comportamiento que a la mujer le gusta.

Y con esta expectativa, un chaval en plena adolescencia intenta relacionarse con una chavala de su edad. ¿Qué podría salir mal? En el mejor de los casos frustración por ambas partes.

Voy ahora a por el segundo punto en discordia. El consumo compulsivo. Las escenas van sabiendo a poco, como el drogadicto que cada vez necesita más dosis para sentirse colocado. El consumidor compulsivo también necesita más. Más agresividad en lo que ve. Más dominancia. Le agrada ya coquetear con la humillación y hasta llega a disfrutar con situaciones que, a todas luces, generan dolor en la mujer. Y un día no será suficiente solo con verlo.

Llegados a este punto perdemos los dos sexos, aunque, como suele ser habitual, un sexo pierde más que el otro.

Por un lado se gesta una cosificación de la mujer que la convierte en un objeto que está en el mundo con el único propósito del disfrute de un hombre. De aquí tenemos actos como el de La Manada o como el caso que leo poco antes de escribir estas líneas, de un youtuber ruso que dedicaba su canal a poner en situaciones humillantes y crueles a su novia y que acabó congelándola de frío por haberla dejado fuera de casa en ropa interior mientras obtenía miles de likes de hombres que se excitaban viéndola morir de hipotermia.

Un hombre no se excita por actitudes tan violentas si no ha tenido antes un aprendizaje. El mismo aprendizaje que ha conseguido que los estímulos normales que generan un estado de excitación a la mayoría de las personas a él le sean insuficientes y esto, en algún momento, supone para este hombre, o chico, un problema en sus relaciones personales y, sobre todo, íntimas. Y esto se está comenzando a ver ahora en consulta.

¿Qué podemos hacer?

Empecemos por vigilar el acceso a la pornografía de nuestros menores. Que cuando accedan a ese contenido, cuanto más tarde mejor, cuenten con un modelo previo sano que les permita separar su sexualidad de una ficción que tiene un objetivo muy concreto y específico.

¿Cómo creamos ese modelo de sexualidad que ayude a poner en perspectiva tanto la pornografía como cualquier otro contenido sexual? Hablando. La sexualidad es un tema que puede y debe estar presente en las conversaciones con nuestros hijos e hijas donde podremos ofrecer una idea afectiva, segura, divertida y normalizada del sexo.

Es muy distinto HABLAR sobre sexualidad, sobre sentimientos, sobre deseos y sensaciones a VER escenas explícitas de sexo puramente físico. Lo primero estructura un modelo de sexualidad que ayudará a afrontar de manera sana las primeras experiencias. Lo segundo impacta fuertemente en el cerebro aún no formado creando, además, una imagen reduccionista del sexo.

Hablar sobre sexo es mucho más que explicar cómo es la reproducción humana, como se pone un preservativo o cuáles son los medios anticonceptivos. Hablar sobre sexo es, sobre todo, enseñar a quererse y querer, a ver al otro u otra en su globalidad, a que, tanto en las relaciones estables como en los encuentros fortuitos ha de tener cabida la sensualidad, la ternura y, sobre todo, el respeto.