CUESTIÓN DE GÉNERO

8 de marzo, día de la mujer trabajadora. Y entendemos en este caso trabajadora como actividad remunerada, ya que la mujer ha trabajado para la tribu desde el principio de los tiempo. Porque a la mujer trabajar la dejan, lo que incomoda es que su interés por crecer dentro del mundo laboral va en detrimento de las horas que puede dedicar a la tribu. Lo que ella no hace o bien el suple “otro” o se paga y cuando se ha tenido que pagar nos hemos dado cuenta de que es muy caro y que es una tarea muy dura.

Por mi consulta han pasado un número nada despreciable de mujeres que al llegar a la madurez miran donde se encuentran y observan un lugar económicamente inestable y una cierta sensación de vacío. Miran hacia atrás y ven un camino lleno de esfuerzos, días sin dormir y una lucha diaria dedicada, por encima de todas las cosas, a los demás. Y en un momento dado se preguntaron “como he llegado yo hasta aquí”.

La ruta de todas ellas, de hecho, ha sido bastante similar. Pongamos por caso a Míriam (caso y nombre inventados) que a los 26 años decide irse a vivir con su pareja Sergi. Los inicios de la convivencia son felices y relativamente fáciles. El cuidado de la casa no es exigente y los dos disponen de tiempo para disfrutar de un ocio común mientras ponen en marcha sus respectivas carreras profesionales. Y un día llega la feliz noticia: serán mamá y papá.

Los inicios de la maternidad son muy intensos. Somos mamíferos y no hay situación más evidente de este hecho que la relación entre madre y bebé. El amor que se gesta entre ellos es físico y casi tangible. Que el cuidado inicial de un bebé es a cargo de la madre es indiscutible. Pero el cuidado de un bebé no debe conllevar el cuidado de la casa, ni ir a comprar, ni la decoración del hogar. Y, sin embargo, “ya que te quedas en casa” es la madre quien acaba asumiendo una serie de tareas que son tangenciales a ser madre y que implican el cuidado de TODOS los miembros de la familia a costa de su propio tiempo. Y es el momento en que los roles de género, si hasta entonces no habían aparecido, irrumpen en escena para quedarse, si no lo remedian entre los principales actores de la película (madre y padre).

Pero la madre está inmersa en un estado emocional intenso. No quiere separarse del bebé (los tres meses y medio de baja maternal son absolutamente insuficientes) y la sociedad le anima a que no lo haga o que reduzca lo que pueda su jornada para estar con su hijo. Todo su entorno parece confabulado para que se quede en casa. A la empresa ya no se siente tan reconocida y le ponen mala cara cuando marcha a su hora. Cada vez que el bebé estornuda o enferma no falta una voz que le dice “si pudieras estar tú con él estas cosas no le pasarían” y cuando explica a su pareja su malestar por la conciliación laboral y familiar este le dice que por dinero no se preocupe, que si se siente mejor reduzca su jornada o deje de trabajar que ya trabajará más él para compensar. Y, Miriam, que se encuentra extenuada por su ritmo de vida y sus emociones maternales, siendo un fuerte alivio ante la perspectiva de estar más tiempo con su pequeño o pequeña y sacar de encima el estrés de asumir tantas responsabilidades.

El menor crece, en muchos casos acompañado de algún hermano o hermana, y un día Míriam se mira al espejo y se da cuenta que no se siente satisfecha. Que la mayor parte del día está dedicado a atender las necesidades de las personas de su entorno y que ella ha dejado aparcados sus propios proyectos porque, sin ser consciente de ello, ha priorizado el bienestar familiar … a costa del suyo propio.

Quizás Míriam no haya dejado de trabajar pero lo hace sin la implicación que mostraba al principio. No por falta de ganas sino porque ella necesita estar a las cinco en la puerta de la escuela y todas las reuniones a la empresa las ponen a las seis de la tarde (el tema de la conciliación no es una entrada de blog, más bien da para varios libros) y poco a poco Míriam ha sido relegada a tareas más rutinarias que no permiten proyección profesional. Tareas que están muy lejos de satisfacerla y muy por debajo de su capacidad laboral.

Un día, de repente, es consciente de que le queda más de un cuarto de siglo para jubilarse pero ha sido expulsada del acceso a sitios relevantes y es entonces cuando comienza a sentirse socialmente invisible.

Sin embargo, mientras piensa qué hará para cenar, su pareja, el padre que tiene los mismos derechos y obligaciones que ella sobre sus hijos e hijas, le envía un whastapp para anticiparle que le han ofrecido un proyecto muy interesante, que puede que tenga que pasar más tiempo fuera de casa pero que es una gran oportunidad y está muy contento. Durante la cena, esta cena que ella preparará, hablarán. A Miriam le cuesta estar contenta con esta noticia. La tristeza y la rabia le dejan poco espacio para emociones bonitas.

Míriam no entiende cómo ha llegado aquí. No hubo un día en que ella tomó la decisión de renunciar. Simplemente pasó y ella no fue consciente de lo que estaba sucediendo. Y ahora se siente hundida y con pocas posibilidades de recuperar una vida que se parezca a la que ella soñó durante sus muchos años de formación.

Si estás leyendo esto y piensas que Míriam podrías ser tú déjame decirte varias cosas:

-No eres culpable. La sociedad deja poco margen para tomar decisiones en los momentos más críticos de la vida

-Te faltó ayuda. La maternidad es un aspecto diferente de la gestión de un hogar. Si un hijo o hija te pide más a ti el padre puede ocuparse de otras tareas familiares. Si no lo hizo no te culpes a ti ni dirijas hacia ti tu rabia. Quien falló fue él que viéndote cansada no hizo todo lo posible para llegar antes a casa y ocuparse de la cena.

-Compartir tu tristeza con terceros que sepan escuchar sin cuestionarte y aprovecha tu rabia como un revulsivo para encontrar un nuevo camino. Replantea tus metas

-Pon el foco en ti. Prioriza tus planes. Nadie hará un esfuerzo para equilibrar la balanza excepto tú. Pero sólo lo harás si te convences de que estas obligaciones que has asumido como tuyas no lo son y sólo acabarán por convertirse en compartidas cuando tú las lances en el suelo y no te agaches a recogerlas. Ya lo hará otro cuando se dé cuenta que tú no lo harás.

-Pero si no encuentras la salida, si piensas que la vida ha llegado a una calle muerta pide ayuda profesional. Poner en palabras ordenadas lo que sientes ayuda a clarificar la mente.

Miriam, Sara, Juana, Marta o quien quiera que seas, no estás sola. Porque no fuiste tú. Porque fue una cuestión de género.